martes, 5 de marzo de 2013

SURA

Si el uno por ciento de cuarenta y siete millones son cuatrocientos setenta mil, el seis por ciento serán dos millones ochocientos veinte mil psicópatas que hay en España. Una cantidad nada despreciable para los tiempos que corren y que sería la misma si los tiempos fuesen otros.
¿Y dónde se encuentran?: por todas partes. Entre los políticos hay muchos, es una profesión muy afín y propicia al perfil. En el mundo empresarial y sus altos directivos. En la pequeña y mediana empresa. Entre los trabajadores. En la iglesia. En el ejército. En la medicina... No hay ningún lugar que no tenga su proporción de psicópatas. ¿Quién no recuerda a un amigo, compañero o familiar que reúna algunas o todas las características que los definen?

Por un instante, solo uno muy pequeño, el psicópata se siente tentado de hacer una pequeña confesión del tipo: "me he reído con esa secuencia de la película", pero es que no tenía gracia, no sé si me explico; uno no se ríe con la desgracia ajena, aunque sea en la ficción y chorree sangre y vísceras. No causa risa la tragedia de Edipo ni el Hamlet de Shakespeare.

Un insecto, un pájaro, gatos o perros son los primeros crímenes que suele cometer un futuro asesino en serie . Malos tratos en la niñez y abusos sexuales son otros posibles desencadenantes. Lo cierto es que Sura no inicio su ascenso en el crimen por ninguna de estas causas. Lo suyo fue instantáneo. Cierto día, al poco de cumplir los trece años y estando en clase de matemáticas, un compañero de clase se río de él ante una respuesta errónea a la pregunta de doña Sonsoles, esposa de don Jesús y profesora de la asignatura. Toda la clase rompió en risas y Sura, se puso rojo como un tomate por primera y única vez en su vida. Pepe "el fullero", que era como llamaban al bromista, perdió aquel día la vida en un lamentable accidente al cruzar las vías. Sura sabía que todos los días, a las seis y veinte de la tarde, pasaba un mercancías dirección Alicante. Le dijo a Pepe, al salir de clase, que sabía de una huerta donde afanar una bicicleta que el hortelano dejaba apoyada en un árbol mientras regaba y faenaba en el huerto. Quedaron unos minutos antes de la hora del paso del tren. Sura llegó primero y se escondió. Vio llegar a Pepe, pero no salió de su escondite hasta que oyó que se acercaba el tren. El otro quiso cruzar antes de que pasara, pero Sura le disuadió por el peligro de quedarse atrapado entre los raíles o tropezar. Hizo más, se sacó una peseta del bolsillo y la puso en la vía para que Pepe viera como quedaba después de pasar las ruedas del tren por encima. Pasó la locomotora seguida de sus treinta y dos vagones, Pepe no perdía de vista el lugar donde había caído la moneda y Sura le propinó un empujón que metió el cuerpo de Pepe entre vagón y vagón, el segundo le partió por la mitad. 
Así fue como Sura cometió su primer crimen a la edad de trece años recién cumplidos.