domingo, 31 de marzo de 2013

UN DIENTE DE ORO

Cuando abrí el sobre, ésto fue lo que encontré.

     Sr. Cran

          No sabe usted el placer que es conducir una locomotora en medio de un paisaje nevado. La pega es que siempre acabo entrando en una estación con gente esperando, y la verdad, entre usted y yo, no sé qué esperan.
Retomando donde lo dejamos. La tía abuela del amigo de mi amigo le contó a su sobrino nieto como fue lo de su hermano, ésto es, lo del abuelo. A comienzos del mes de agosto de 1936 en un pueblo de Burgos de donde la familia era originaria, entraron una noche un grupo de falangistas dispuestos ha realizar una limpia. Se dirigieron a casa del herrero y le sacaron de la cama. Al parecer el cura había informado que nunca iba a la iglesia. Esa noche se llevaron a otros muchos: el maestro por ser declarado republicano; al farmacéutico por ser miembro de Acción Republicana; jornaleros y campesinos pertenecientes a la CNT, y algún otro sin filiación política conocida pero con silenciosos enemigos en el pueblo. Los subieron a un camión y nunca más se supo de ellos hasta el día del seguro de decesos que le conté. Unos años antes, herrando un caballo, el animal le propinó una coz al herrero que le rompió el arco cigomático y la perdida de un diente, sustituido por uno de oro. Lo que sigue a continuación es el desenlace de una venganza. 
El vendedor de seguros indago el origen del anciano beneficiario del seguro, (es increíble los datos que se pueden obtener con un nombre y un DNI sr. Cran), resultando que don Anselmo Muñoz Peña, el titular de la póliza, era hijo de Anselmo Muñoz Alonso, conocido falangista en la zona por las "sacas" que se cometieron en aquellos meses y que como es natural, quedó impune, pese a que eran asesinatos en toda regla. Un terrible deseo de venganza invadió al amigo de mi amigo. Como usted sabe, sr. Cran, a través de las redes sociales se puede saber cuando una persona esta conectada o no. El vendedor de seguros se tomaba una cerveza no muy lejos de la calle Claudio Coello, cuando al pasar por un ciber-locutorio tuvo la idea de comprobar si Anselmo hijo estaba conectado. Un frío rencor le poseyó al ver activo el nick de "ledesma", que era el que utilizaba el viejo para pulular por la red. Salió del ciber y, aunque ya eran pasadas las diez de la noche, subió al domicilio del coleccionista Anselmo. Mi amigo no me da muchos detalles, pero la cosa sucedió más o menos así. Una vez dentro de la casa con la escusa de firmar algún papel, el amigo de mi amigo cogió el revólver ruso de la vitrina, que vaya usted a saber por qué, se encontraba cargado después de más de 60 años, y disparó una vez sobre la sien de Anselmo, lo limpió de huellas y se lo colocó en la mano. Después recogió la calavera del diente de oro de la vitrina y salió del piso. A los dos días se publicó en la prensa una pequeña nota sobre el suicidio de un anciano en Madrid, y nada más. Usted comprenderá que era muy complicado para los familiares del difunto denunciar la desaparición del objeto.